Resurrection: ¿Cuáles son las pruebas circunstanciales de la resurrección de Jesús?

Resurrection: ¿Cuáles son las pruebas circunstanciales de la resurrección de Jesús?

Los efectos tienen causas. La resurrección de Jesús no es la excepción, lo cual es evidente por ocho efectos que ocasionó. En su conjunto, dichos efectos son pruebas circunstanciales contundentes de la resurrección de Jesús. La carga de estas pruebas permanece sobre quienes tratan de explicarlas con una causa razonable que niegue la resurrección. Craig explica: «Quien niegue esta explicación queda obligado por la razón a aportar una causa más admisible de la resurrección de Jesús, y a explicar cómo sucedió» (1). Continúa diciendo: «La conclusión de que Dios lo resucitó es prácticamente ineludible. Solo un escepticismo académico estéril se resiste a esta deducción inevitable» (2).

  • Los discípulos de Jesús fueron transformados. Antes de la resurrección, los discípulos eran tímidos y temerosos, incluso estaban escondidos cuando Jesús se les apareció (Jn 20:19). Después de la resurrección, sin embargo, todos se transformaron en valerosos testigos de lo que habían visto y oído, incluso hasta el punto de morir en la pobreza y en la vergüenza por sus convicciones, incluyendo a Pedro.

Respecto al testimonio ocular de los apóstoles sobre la resurrección de Jesús, Simon Greenleaf, profesor de Leyes de Harvard University, reconocido en todo el mundo por su erudición en las reglas para la presentación de evidencia legal, afirmó que es «imposible su persistencia en afirmar las verdades que narraron de no haber resucitado Jesús, y de no haber conocido este hecho con tanta certeza como cualquier otro» (3).

  • Los discípulos de Jesús siguieron siendo leales a su victorioso Mesías.

Entre los «mesías» modernos se encuentran, por ejemplo, políticos que proponen salvarnos y liberarnos de un terrible destino como puede ser el terrorismo, la pobreza o los impuestos irracionales. Los partidarios revolotean alrededor de su mesías con la esperanza de que este cumpla sus promesas y haga realidad sus sueños. Cuando eso no sucede, los seguidores abandonan tanto a su mesías como a la causa, o conservan la causa y buscan a otro mesías. De cualquier modo, un mesías que falla es un mesías olvidado.

Sin embargo, los discípulos de Jesús no abandonaron su causa de perdón de los pecados y vida junto a Dios, ni su devoción a Jesús como su Mesías victorioso. Por el contrario, su devoción a la causa y al Mesías creció tanto en número como en el apasionamiento de su devoción. Soportaron una persecución generalizada e incluso el martirio, lo cual habría sido inimaginable si Jesús hubiera muerto sin lograr resucitar como lo había prometido. Sobre este punto, el historiador Kenneth Scott Latourette ha dicho:

Fue la convicción de la resurrección de Jesús lo que sacó a sus seguidores de la desesperación en la que su muerte los había sumido y lo que condujo a la perpetuación del movimiento que había iniciado él. De no ser por la profunda creencia de que el crucificado había resucitado de entre los muertos, y porque lo habían visto y hablado con él, la muerte de Jesús e incluso Jesús mismo probablemente habrían sido olvidados (4).

  • Los discípulos tenían un carácter ejemplar. Para afirmar que los discípulos predicaron mentiras obvias y que con ellas engañaron a la gente obligándola a morir por la farsa más grande del mundo, uno tendría que encontrar primero pruebas creíbles que pusieran en duda el carácter de los discípulos. Además, estos hombres eran judíos devotos; sabían que, si adoraban un falso dios y animaban a los demás a seguirlos, serian sentenciados por Dios a los fuegos eternos del infierno por violar los primeros dos mandamientos. Por ultimo, ¿no choca esa atroz mentira con el carácter de los hombres y mujeres que dieron su vida por alimentar a los pobres, cuidar a las viudas y huérfanos, y ayudar a la gente herida y necesitada?
  • La forma de adorar a Dios cambió. La iglesia primitiva dejó de adorar a Dios el sábado, como habían hecho los judíos durante miles de años, y empezó a adorarlo los domingos en memoria del domingo de resurrección de Jesús (Hch 20:7; 1 Cor 16:1-2). El sábado era tan sagrado para los judíos que no habrían desobedecido uno de los Diez Mandamientos a menos que Jesús hubiera resucitado, dando así cumplimiento a las Escrituras del Antiguo Testamento. Sin embargo, para finales del primer siglo se llamó al domingo «el día del Señor» (Ap 1:10).

Después de la resurrección de Jesús cambió no solo el día de adoración, sino también el objeto de adoración. Considerando además el hecho de que uno de los Diez Mandamientos prohíbe la adoración de falsos dioses, es imposible concebir que unos judíos devotos adoraron a Jesús como único Dios verdadero sin haber tenido pruebas de su resurrección.

Incluso historiadores no cristianos afirman que las multitudes empezaron a adorar a Jesús como al único Dios verdadero después de su resurrección. Por ejemplo, Luciano de Samosata fue un escritor satírico asirio-romano no cristiano que escribió lo siguiente alrededor del año 170 d.C.:

Los cristianos, ya saben, adoran a un hombre hasta hoy, al distinguido personaje que introdujo sus novedosos ritos y fue crucificado por ellos. […] Verán, estas equivocadas criaturas empiezan con la convicción general de ser inmortales, lo que explica su desprecio por la muerte y su voluntaria autodevoción, tan comunes entre ellos; y además su legislador original grabó en ellos la idea de que todos son hermanos desde el momento de su conversión, y niegan a los dioses de Grecia, adoran al sabio y crucificado y viven según sus leyes (5).

Además, la iglesia primitiva rechazaba el cumplimiento de la ley porque la consideraba cumplida en Jesús; por ello, la ley ya no era aplicable a ella de la misma manera que había sido durante más de mil años. Este fue un enorme cambio en las creencias que fue considerado posible solo por la introducción de una nueva época a partir de la resurrección de Jesús.

Por último, el pueblo de dios recibió los sacramentos de la Santa Cena y del bautismo en el marco de su adoración a Jesús como Dios. En la Santa Cena los primeros cristianos recordaban la muerte de Jesús en el lugar de ellos para el perdón de sus pecados. En el bautismo recordaban la resurrección de Jesús en lugar de ellos para su salvación y anticipaban su propia resurrección personal.

  • La tumba vacía fue descubierta por mujeres. Dichas mujeres se mencionan por nombre, eran bien conocidas en la iglesia primitiva y podrían haber sido interrogadas fácilmente para desacreditar sus hallazgos, si hubieran sido falsos (Mc 15:40, 47; 16:1). Además, debido a que el testimonio femenino no era respetado en esa cultura, si el relato hubiera sido ficticio y se hubiera tratado de inventar una mentira creíble acerca de la resurrección de Jesús, habría sido mejor decir que fueron hombres quienes informaron el descubrimiento de la tumba vacía. Por ende, el hecho de que fueron mujeres las primeras en llegar a la tumba vacía de Jesús confirma que el relato de la Escritura es real y no fraguado.
  • Toda la predicación de la iglesia primitiva se centraba en el hecho histórico de la resurrección de Jesús. Si la tumba vacía no hubiera sido un hecho comúnmente aceptado, los discípulos habrían intentado convencer a los escépticos de su época para defender el punto fundamental de su fe. En cambio, vemos que el debate no fue en torno a si la tumba había estado vacía, sino a por qué estuvo vacía [nota final 34]. Además, en ninguna parte de la predicación de la iglesia primitiva se defiende explícitamente la tumba vacía, por la simple razón de que era un hecho que muchos aceptaban como tal. Además, una lectura del libro de Hechos nos muestra que en prácticamente toda ocasión en que se daban predicación y enseñanza, la resurrección de Jesús era la verdad fundamental que trataba de comunicarse, porque había cambiado la historia de la humanidad y no podía ignorarse. La resurrección de Jesús aparece en doce de los veintiocho capítulos del libro de Hechos, el cual registra la historia de la iglesia primitiva.
  • La tumba de Jesús no se usó como santuario. Craig dice: «En el judaísmo era costumbre preservar o venerar la tumba de un profeta u hombre santo a manera de santuario. Era así porque los huesos del profeta yacían en la tumba e impartían al sitio sus valores religiosos. Si los restos no permanecían ahí, el sepulcro perdía su importancia como santuario» (6).

De las cuatro religiones principales del mundo basadas en un fundador y no en un sistema de ideas, solo el cristianismo afirma que la tumba de su fundador está vacía. El judaísmo mira atrás hacia Abraham, muerto hace casi cuatro mil años, y aún considera lugar santo su tumba en Hebrón. Miles visitan la tumba de Buda en la India cada año. Mahoma, el fundador del islam, murió el 8 de junio de 632, y su tumba en Medina es visitada por millones de personas cada año.

Además, Yamauchi ha descubierto pruebas de que las tumbas por lo menos cincuenta profetas o de otros personajes religiosos fueron utilizadas como santuarios de adoración y veneración en Palestina alrededor de la misma época de la muerte de Jesús (7). Sin embargo, según James D.G. Dunn, no existe «absolutamente ningún indicio» de veneración en la tumba de Jesús (8). La razón obvia de esta falta de veneración es que Jesús no quedó sepultado, sino que resucitó.

  • El cristianismo se dispersó aceleradamente por el mundo y hoy miles de millones de personas aseguran ser cristianas. El mismo día, en el mismo lugar y de la misma manera, murieron otros dos hombres, uno a la izquierda y otro a la derecha de Jesús. A pesar de las similitudes, no conocemos los nombres de estos hombres, y no hay miles de millones de personas que los adoran como dioses. ¿Por qué? Porque permanecieron muertos; solo Jesús resucitó y ascendió al cielo, dejando a la iglesia cristiana en sus inicios. Sobre este punto, C.F.D. Moule de Cambridge University dice: «El nacionamiento y rápido ascenso de la iglesia cristiana […] siguen siendo un enigma sin solución para cualquier historiador que se niegue a considerar seriamente la única explicación ofrecida por la Iglesia misma» (9).

 

Notas:

  1. William Lane Craig, The Son Rises: The Historical Evidence for the Resurrection of Jesus [El Hijo se levanta: La evidencia histórica a favor de la resurrección de Jesús] (Eugene, OR: Wipf & Stock, 2001), 134.
  2. Simon Greenleaf, The Testimony of the Evangelists: The Gospels Examined by the Rules of Evidence Administered in Courts of Justice (Grand Rapids, MI: Kregel, 1995), 32. Publicado en español con el título El testimonio de los evangelistas: Examinado por las reglas de evidencia administradas en los tribunales de justicia.
  3. Kenneth Scott Latourette, A History of the Expansion of Christianity [Una historia de la expansion del cristianismo], 7 vols., The First Five Centuries [Los primeros cinco siglos] (Nueva York: Harper, 1937), 1:59.
  4. Luciano de Samosata, «The Death of Peregrine [Sobre la muerte de Peregrino», en The Works of Lucian of Samosata [Las obras de Luciano de Samosata], trad. H. W. Fowler y F. G. Fowler, vol. 4 (Oxford: Clarendon, 1949), 11–13. Ver también Plinio, Letters [Cartas], trad. William Melmoth, vol. 2 (Cambridge: Harvard University Press, 1935), 10.96.
  5. Murray J. Harris, Raised Immortal: Resurrection and Immortality in the New Testament [Levantado inmortal: La resurrección y la inmortalidad en el Nuevo Testamento] (Grand Rapids, MI: Eerdmans, 1985), 40.
  6. Craig, “Did Jesus Rise from the Dead?” 152.
  7. Yamauchi, “Easter: Myth, Hallucination, or History?” 4–7.
  8. James D. G. Dunn, The Christ and the Spirit (Grand Rapids, MI: Eerdmans, 1998), 67–68. Publicado en español con el título Jesús y el Espíritu.
  9. F. D. Moule, The Phenomenon of the New Testament [El fenómeno del Nuevo Testamento] (London: SCM Press, 1967), 13, énfasis en original.