Dios Padre: ¿En qué consiste el pacto con David?

Dios Padre: ¿En qué consiste el pacto con David?

Debido a que Dios fue fiel a su pacto con Noé, los pecadores continuaron viviendo y multiplicándose sobre la tierra. Debido a que Dios fue fiel a su pacto con Abraham, sus descendientes se convirtieron en una nación. Y debido a que Dios fue fiel a su pacto con Moisés, la nación se asentó en su Tierra Prometida, lo cual abre el escenario de la historia para el establecimiento de una monarquía para gobernar sobre el reino de Israel. En 2 Samuel 7:8-16, Dios elige a David para ser el próximo intermediario del pacto:

Esto ha declarado el Señor de los Ejércitos Celestiales…Le daré una patria a mi

pueblo Israel y lo estableceré en un lugar seguro donde nunca será

molestado…Además, el Señor declara que construirá una casa para ti, ¡una

dinastía de reyes! Pues cuando mueras y seas enterrado con tus antepasados,

levantaré a uno de tus hijos de tu propia descendencia y fortaleceré su reino…Tu

casa y tu reino continuarán para siempre delante de mí, y tu trono estará seguro

para siempre.

David estaba justamente abrumado por la promesa del pacto de gracia, no solo que un joven pastor sería rey, sino que de él vendría un Rey cuyo reino duraría para siempre y sería gobernado por nadie menos que el Hijo de Dios. La humilde respuesta de David al pacto por gracia de Dios está registrada en 2 Samuel 7:18-19:

Entonces el rey David entró y se sentó delante del Señor y oró: «¿Quién soy yo,

oh Señor Soberano, y qué es mi familia para que me hayas traído hasta aquí? Y

ahora, Señor Soberano, sumado a todo lo demás, ¡hablas de darle a tu siervo

una dinastía duradera! ¿Tratas a todos de esta manera, oh Señor Soberano?»

La promesa del pacto con David de un reino eterno era tan atesorada por el pueblo de Dios que ellos adoraban a Dios en la fe de que sería fiel a las promesas del pacto, tal como lo había sido con Noé, Abraham y Moisés. Un ejemplo de esto se encuentra en el Salmo 89:3-4, el cual declara: «Dijo el Señor: «Hice un pacto con David, mi siervo escogido. Le hice este juramento: “Estableceré a tus descendientes como reyes para siempre; se sentarán en tu trono desde ahora y hasta la eternidad”».

Las Escrituras continúan registrando cómo Dios vertió una medida especial de su gracia sobre Israel en la época de David para elevar a su pueblo a mayores alturas de dignidad. Transformó a la nación de una vaga confederación de tribus en un fuerte imperio. David y varios de sus hijos lograron mucho mientras gobernaban a Israel.

Sin embargo, el Antiguo Testamento registra un final triste para la casa de David. El pecado de los hijos de David hizo que Dios retirara el trono de Jerusalén. La nación y su rey fueron al exilio en Babilonia. Los profetas predijeron que un descendiente de David restauraría la nación.

Como podemos ver la turbulencia en el actual reino de Israel, tenemos que preguntarnos qué pasó con las promesas de Dios ¿No le aseguró Dios a David una dinastía sin fin? ¿Qué pasó con las bendiciones del reino prometido a Israel?

El Nuevo Testamento contesta estas preguntas al identificar a Jesús como heredero del trono de David. Mateo y Lucas compusieron extensas genealogías para demostrar que él era el descendiente de David [nota: Mt 1:2–16; Lc 3:23–37.]. Jesús nació en Belén, la ciudad de David, cuando la providencia de Dios trajo a María embarazada a registrarse allí para un censo del gobierno [nota: Lc 2:4–6.]. Como último heredero de David, Jesús trae incomparables bendiciones del reino al pueblo del pacto con Dios. Él cumple con todas las esperanzas del honor asociado con la sucesión real en maneras que van mucho más allá de lo que David y sus otros hijos lograron.

Las bendiciones del reino de Cristo abarcan una larga lista de beneficios para el pueblo del pacto con Dios. Para obtener un vistazo de lo que Cristo hace por nosotros, nos enfocaremos en tres bendiciones que vinieron a través del linaje de David durante el período del Antiguo Testamento. Luego veremos cómo Cristo trae estos dones al pueblo de Dios en la era del Nuevo Testamento.

  1. La casa de David tenía que proveer protección a Israel contra el mal. David y sus hijos tenían la responsabilidad de salvaguardar a la nación. Aunque la ofensiva por la conquista de la tierra disminuyó, la casa real tenía la responsabilidad de proveer seguridad continua. Por esta razón los reyes de Israel erigieron murallas y mantuvieron ejércitos. Cada miembro responsable de la casa de David ideaba formas de proteger al pueblo.
  2. El linaje real de Judá debía asegurar la prosperidad para el pueblo de Dios. Dentro de las murallas de la protección real Israel prosperó más allá de toda medida. La justicia prevalecía cuando el rey hacía cumplir la ley. La gente podía vivir y trabajar sin temor a los criminales. Las condiciones económicas mejoraron en la medida en que los hijos de David hacían su trabajo correctamente. Cuando los reyes gobernaron la tierra en justicia el pueblo prosperó. La casa de David no solo protegió al pueblo de Dios de sus enemigos, sino que también trajo prosperidad a la tierra.
  3. La casa de David había sido ordenada divinamente para asegurar la presencia especial de Dios entre el pueblo. David pasó su vida preparando la construcción del templo, un edificio permanente para la presencia de Dios. Salomón construyó el templo y centró su reino en él. Los reyes de Judá siempre cargaron sobre sí la responsabilidad de mantener el correcto funcionamiento del templo. Sin la presencia de Dios todos los esfuerzos de la realeza eran en vano. No podía haber ni protección ni prosperidad sin la presencia de Dios. Las oraciones, sacrificios y canciones asociadas con el templo de Israel eran las fuentes de las cuales fluían todos los beneficios del reino.

Las bendiciones para el reino de protección, prosperidad y presencia divina no cesaron con el Antiguo Testamento. Estas antiguas realidades anticiparon mayores beneficios por venir en Cristo. No obstante, debemos recordar que Jesús imparte estas bendiciones para el reino en dos etapas. Él trajo protección, prosperidad y presencia divina en su primera venida, la cual disfrutamos ahora, y las traerá en su segunda venida, la cual aguardamos por fe.

Samuel ungió a David como rey de Israel [nota: 1 Sm 16.], pero pasó mucho tiempo antes de que comenzara a reinar en el trono [nota: 2 Sm 5.]. Mientras tanto David reunió seguidores que le eran leales, influenciando la vida en el reino gobernado por el malvado Saúl hasta el día en que David comenzó a reinar en el trono. De forma similar, luego de su resurrección y ascensión, Jesús se elevó a la diestra del Padre como rey ungido. Desde ese lugar un día regresará a la tierra como rey gobernante sobre el trono histórico de David. Mientras tanto está reuniendo seguidores fieles quienes continuarán la misión de traer gente a la gloria del reino. Desde su posición exaltada Jesús otorga beneficios del reino al pueblo de Dios.

En esta etapa inicial las bendiciones de Cristo son de una naturaleza primordialmente espiritual. Jesús garantizaba protección a sus seguidores: «Nadie puede quitármelas» [nota: Jn 10:28b.]. Como dice 1 Juan 4:4: «El Espíritu que vive en ustedes es más poderoso que el espíritu que vive en el mundo». Ni las fuerzas humanas ni las sobrehumanas nos pueden robar nuestra salvación en Cristo. Como nuestro rey, Jesús protege a cada uno de se pueblo del pacto.

Cristo también bendice a su pueblo con prosperidad espiritual. Pablo nos dice que «nos ha bendecido con toda clase de bendiciones espirituales […] porque estamos unidos a Cristo» [nota: Ef. 1:3.]. Jesús dijo que vino para «darles una vida plena y abundante» nota: Jn 10:10.]. Cristo garantiza prosperidad espiritual para el pueblo de su reino.

Finalmente, Cristo provee la presencia de Dios entre su pueblo. Cuando Jesús regresó al cielo retiró su presencia física, pero envió al Espíritu Santo a reconfortar a sus seguidores con la seguridad de la cercanía de Dios: «No los abandonaré como huérfanos; vendré a ustedes» [nota: Jn 14:18.]. Por esta razón les pudo prometer a sus apóstoles: «Estoy con ustedes siempre, hasta el fin de los tiempos» [nota: Mt 28:20.].

Las bendiciones del reino que disfrutamos hoy son grandiosas, pero debemos recordar que son principalmente espirituales. Cristo no nos promete protección de toda maldad física en esta etapa de su reino. De hecho, les advirtió a sus seguidores que padecerían persecución y sufrimiento: «Ya que me persiguieron a mí, también a ustedes los perseguirán» [nota: Jn 15:20b.]. Aún más, el pertenecer al reino de Cristo no garantiza prosperidad material ni salud física hoy. Las pruebas de pobreza y de enfermedad física permanecen con muchos de nosotros, como la primera carta de Pedro continuamente nos lo comunica. Finalmente, Cristo tampoco nos ofrece su presencia física en esta época. Él está presente en el Espíritu, pero nosotros ansiamos verlo y tocarlo de nuevo. La iglesia ahora grita: «¡Ven, Señor Jesús!» [nota: Ap 22:20.].

Tenemos las primicias del reino, por lo cual ansiamos el reino en su plenitud [nota: Rm 8:23; 1 Co. 15:20–24.]. Aunque Cristo solo nos garantiza bendiciones espirituales hoy, su protección, prosperidad y presencia se extenderán incluso a niveles físicos cuando él regrese. Dentro de la nueva creación estaremos protegidos contra toda forma de maldad, tanto física como espiritual. Los enemigos de Dios serán totalmente destruidos y no tendremos nada que temer:

Después de eso, vendrá el fin, cuando él le entregará el reino a Dios el Padre,

luego de destruir a todo gobernante y poder y toda autoridad. Pues Cristo tiene

que reinar hasta que humille a todos sus enemigos debajo de sus pies. Y el último enemigo que será destruido es la muerte [nota: 1 Cor. 15:24–26.].

En la plenitud del reino de Cristo recibiremos cuerpos físicos glorificados. Toda enfermedad y pena desaparecerán: «No habrá más muerte ni tristeza ni llanto ni dolor» [nota: Ap 21:4.]. Finalmente, cuando Cristo regrese no ansiaremos estar en su presencia física porque él estará entre nosotros. Conoceremos la presencia de Cristo tanto espiritual como físicamente. Tal como dijo Juan, en la Nueva Jerusalén: «No vi ningún templo en la ciudad, porque el Señor Dios Todopoderoso y el Cordero son el templo» [nota: Ap 21:22.].

Así, Cristo cumple con todas las esperanzas del pacto con David. Él trae las bendiciones del reino de Dios a todos los que sirven fielmente. David y sus hijos derramaron enromes beneficios al pueblo de Dios, pero aquellas bendiciones del Antiguo Testamento se quedan cortas en comparación con la dignidad para la cual fuimos designados y a la totalidad de la gracia del pacto con Dios. Solo Cristo trae las bendiciones del reino del pacto en plenitud.

De hecho, el pacto de David se cumple a medida que las naciones llegan a conocer a Jesucristo como Rey de reyes a través del evangelismo y el establecimiento de iglesias. Esto explica por qué la gran oración del Salmo 72 acerca del reino de Jesús incluye este eco del pacto con Abraham en el versículo 17: «Que el nombre del rey permanezca para siempre; que se perpetué mientras el sol brille. Que todas las naciones sean bendecidas por medio de él, y lo elogien». Es asombroso que la gracia del pacto con Dios sea un auténtico regalo global.

Resumen del pacto con David

Mediador humano David
Bendiciones del pacto Un reino que traería el Rey Jesucristo
Condiciones del pacto Alabar a Dios en el templo
Señales Interno: la fe, Externo: el trono
La comunidad del pacto El Reino