The Fall: ¿Qué es la depravación total?

The Fall: ¿Qué es la depravación total?

La depravación humana es una realidad innegable. Incluso los ateos saben que los humanos no son como deberían ser. El pionero de psicoanálisis Sigmund Freud consideró a nuestro más íntimo yo como un «infierno». Freud escribe en su libro Civilización y su descontento:

Los hombres no son criaturas apacibles y amigables que desean el amor y que simplemente se defienden a sí mismos cuando son atacados, sino que se tiene que reconocer una poderosa dosis de agresividad como parte de su dotación instintiva. El resultado es que su vecino le resulta no solo un posible colaborador o un objeto sexual, sino que también representa una tentación para ejercitar en él su agresividad, para explotar su capacidad de trabajo sin recompensarlo, para utilizarlo sexualmente sin su consentimiento, para apoderarse de sus bienes, para humillarlo, para ocasionarle dolor, tortura y muerte. Homo homini lupus [el hombre es un lobo]; ¿quién tiene el coraje de ponerlo en duda frente a toda la evidencia de su propia vida y de la historia? (1)

A pesar del hecho de que somos pecadores, la Biblia declara repetidamente que después de la Caída todavía retenemos la imagen de Dios [NOTA: Gn. 5:1–3; 9:6; 1 Cor. 11:7; St. 3:9]. Esta incluye un vestigio de sentido moral debido a la conciencia que Dios nos ha dado como los portadores de su imagen [NOTA: Rm. 2:14–15]. Debido a que el hombre está hecho a la imagen de Dios con una conciencia, la Biblia habla de algunos no cristianos, quienes, aunque no son santos ni viven para la gloria de Dios, hacen algunas cosas «buenas». Como ejemplos podemos incluir a Abimelec, Balaam, Rahab, Artajerjes y el buen samaritano [NOTA: Génesis 20, Números 22–24, Josué 2, Esdras 7; Nehemías 2, Lucas 10:30–37].

Hay una diferencia entre la depravación total que afecta a todo nuestro ser y depravación absoluta, el estado de Satanás y sus demonios que no fueron creados a la buena imagen de Dios. La existencia de los no cristianos «buenos» es evidencia de la gracia común de Dios. Sin embargo, sin la gracia salvadora nosotros los pecadores somos incapaces de hacer cualquier cosa que nos haga aceptables ante Dios porque no lo hacemos en fe, como un acto de adoración y de amor a Dios.

Aunque los hombres no están completamente depravados y no son tan malos como podrían ser, todas las personas sí están totalmente depravadas porque cada motivo, palabra, obra y pensamiento está afectado, manchado y desfigurado por el pecado. Esto incluye la mente, la voluntad, las emociones, el corazón, la conciencia y el cuerpo físico [NOTA: Ef. 4:18, Rm. 6:16–17, Tt. 3:3, Jr. 17:9, Tt. 1:15, Rm. 8:10].

La totalidad de una persona está intrínsecamente afectada por el pecado y no hay ningún aspecto de su ser que no esté impactado negativamente por el pecado. De esta manera, el pecado es como una gota de veneno en un vaso de agua que corrupta toda el agua.

Describiendo lo que también se puede llamar la depravación penetrante, J.C. Ryle dijo: «El pecado […] impregna y corroe cada parte de nuestra constitución moral y cada facultad de nuestra mente. La compresión, el afecto, los poderes del razonamiento, la voluntad, están todos más o menos comprometidos» (2). En términos prácticos, esto significa que no podemos confiar plenamente en un solo aspecto de nuestro ser (por ejemplo, nuestra mente o nuestras emociones), porque todos están contaminados y ensombrecidos por el pecado; por lo tanto, no son perfectos u objetivos. De ahí que necesitamos el Espíritu de Dios, la Palabra de Dios y el pueblo de Dios para que nos ayuden a entender verdaderamente y a vivir sabiamente.

Como resultado de nuestra naturaleza pecaminosa, en relación con Dios, somos por naturaleza hijos de la ira [NOTA: Ef. 2:3], todos hemos pecado [NOTA: Rm. 5:12, 19] y estamos destinados a la muerte [NOTA: 1 Cor. 15:21–22.43]. Hablando de nuestra naturaleza pecaminosa, A.W. Tozer dice:

Dentro del corazón humana hay una dura raíz fibrosa de la vida caída cuya naturaleza es la de poseer, siempre poseer. Codicia cosas con una feroz y profunda pasión. Los pronombres “mío” y “mi” parecen inocentes, pero su uso constante y universal es significado. Expresan la naturaleza real del hombre adánico mejor que miles de volúmenes de libros de teología. Son síntomas verbales de nuestra enfermedad profunda. Las cosas materiales han echado raíces tan hondas en nuestro corazón que no queremos arrancarlas por temor a morir. Las cosas se han vuelto necesarias para nosotros, un desarrollo que nunca se pretendió originalmente. Los dones de Dios ahora toman el lugar de Dios, y todo el curso de la naturaleza se ve alterado por la monstruosa sustitución (3).

Subsecuentemente, Dios no nos tienta a pecar. La tentación empieza en nuestros propios corazones. El hermano de Jesús habla de la fuente del pecado entre nosotros mismos:

Cuando sean tentados, acuérdense de no decir: «Dios me está tentando». Dios nunca es tentado a hacer el mal y jamás tienta a nadie. La tentación viene de nuestros propios deseos, los cuales nos seducen y nos arrastran. De esos deseos nacen los actos pecaminosos, y el pecado, cuando se deja crecer, da a luz la muerte. [NOTA: St. 1:13–15; también Prv. 27:19; Jer. 17:9; Mc. 7:21–23; Lc. 6:45.]

Dios quiere más que solo un cambio en nuestro comportamiento. Quiere cambiar nuestra naturaleza. Dios ofrece un nuevo corazón y una nueva naturaleza, lo que la Biblia llama regeneración o nueva vida. Lo que sigue es santificación continua por el Espíritu Santo que nos hace más como Jesús y vencedores sobre el pecado. Dios no solo nos hace mejores. Dios nos hace nuevos.

 

Notas:

  1. Sigmund Freud, Civilization and Its Discontents (Sigmund Freud, La civilización y sus descontentos), trans. Joan Riviere (London: Hogarth, 1963), 58.]
  2.  John Charles Ryle, Holiness: Its Nature, Hindrances, Difficulties, and Roots (Moscow, ID: Charles Nolan, 2002), 4. Publicado en español con el título La santidad: Su naturaleza, obstáculos, dificultades y raíces]
  3. 44A. W. Tozer, The Pursuit of God (Radford, VA: Wilder, 2008), 18–19. Publicado en español con el título La búsqueda de Dios]